Scott Walker [músico espectral]


 



    Scott Walker, el más extraño, oscuro y gentil de lxs desertorxs de la máquina pop capitalista. En los sesenta fue el líder y vocalista de una boyband tan famosa y masiva como los Beatles, huyó: de ganador bonito y canchero pasó voluntariamente a solitario infumable. Durante los setenta ganó reputación como crooner y compositor serio, reconocido por los complejos arreglos orquestales de su pop barroco, también escapó: el solitario infumable se convirtió en un hombre raro y olvidable. Comenzó el cultivo de la distancia, el fuera de foco, práctica que ejercería el resto de su vida. A mediados de los noventa, tras varios fracasos comerciales y el abandono de su público, tomó por sorpresa a la escena musical, especialmente a lxs vanguardistas, con su disco Tilt. Obra que después de treinta años conserva intacta la factura extraña, oscura e incómodamente bella que tenía cuando salió. El inesperado disco, combina pretensiones de dramatismo surrealista y atemporal, propias de un cuadro de Francis Bacon o el Bosco, con los juegos rupturistas del experimentalismo más contemporáneo: salvajemente futurista y anacrónica en un solo gesto. En la última fase de su vida creativa, también la más extraordinaria, Scott Walker cosechó cierto éxito entre la crítica especializada. No obstante, su lenta producción, tomando pausas de casi diez años de disco en disco, y su casi nula exposición mediática, sin entrevistas y presentaciones en vivo, lo convirtieron en un icono de culto solo para lxs entendidxs. Así fue como Walker hizo del silencio y la deserción un procedimiento de fuga. El túnel por el que fugó de la cárcel de la repetición mercantil, que consideraba tan mortífera para la vida como el propio fascismo, fenómeno que lo obsesionó durante toda su carrera.






    Huir, desertar, desaparecer… y si vas a decir algo, que sea desde donde el “ojo amo” no puede ver. Esta parece haber sido la actitud del músico, invirtiendo la conocida fórmula “hacer visible para resistir”. Esto tiene una razón intrínseca, que se conecta con las condiciones materiales y afectivas del soporte de su quehacer: el sonido. 

    Scott Walker sabía que a pesar de las tecnologías de grabación, la escucha implica un eco fantasmático incapturable. Efecto doppler que resiste al visiocentrismo moderno, hoy radicalizado por la omnipresencia de las pantallas portátiles y la búsqueda de una nitidez absoluta: la era 4k, 8k, 12k. Por sus propiedades, el sonido privilegia la sugestión sensible, envuelve nuestra racionalidad con sensaciones que la alterizan, poniéndonos en contacto con un afuera invisible en el que se esbozan las posibilidades de otros universos perceptivos. En la escucha, lo vago es llave de la experiencia a lo desconocido, inclusive, si esto supone transitar el tormento: como el crujir de la madera en el medio de la noche, capaz de transformar lo familiar en algo ominoso.
    Alguien dijo, que si David Bowie estaba destinado a convertirse en una estrella planetaria, alcanzando el máximo de visibilidad, Scott Walker lo estaba a ser un fantasma. Lejos de un síntoma de fracaso o pose excéntrica, aquí la afirmación va en serio, señala un procedimiento: “siempre he tenido muchas pesadillas y lo que hago proviene de ellas”. El propio lenguaje es tratado como un mal sueño, una fuerza diabólica que fluye desde una opacidad onírica que niega e intenta someter a través de la significación. Hay que sentir, dice el músico, cómo las palabras emergen del silencio, irrumpen e instauran la obligación de aclarar, de explicar. Sin embargo, tras ese poder hay un fondo espectral del que ellas no se pueden librar y que acecha con sonidos sombríos y extraños: es el eco de los fantasmas.





    En Jesse, la pieza de este video, Scott Walker se transforma en Elvis Presley y habla en un sueño con el espíritu de su hermano gemelo, muerto en el parto, hecho que atormentó al célebre rockero durante toda su vida. Acompañado de un rasgueo de guitarra fantasmático (Jailhouse Rock reproducida a una velocidad muy lenta), Walker/Elvis le pregunta a su hermano si lo escucha y si de los dos él es quien está vivo. El poder de mostrar y nombrar se quiebra: ¿quién está vivo? ¿quién está muerto? ¿quién soy yo? La nitidez es eclipsada. Los sonidos proliferan y ensayan conexiones por su propia cuenta, creando otras imágenes. De pronto, la caída de los gemelos resuena con el derrumbe de una gran torre, aludiendo al 11 de septiembre y la herida mortal que perpetró en el proyecto civilizatorio de occidente. 

Una sala de parto, un cuarto de tortura, los sueños y el terror político-religioso convergen en una misma voz, multiplicada al infinito por los fantasmas (nuestros y de lxs otrxs) que la habitan. De esta manera, Scott Walker declara, con su vida y trabajo, la polifonía espectral e insondable de toda alma, de todo cuerpo y de toda sociedad y época.

José María Miranda Pérez